viernes, octubre 07, 2005

Rigor económico, progreso político

Pese a las turbulencias con que la política se nos muestra a los ciudadanos, sobretodo cuando sobre la mesa se debaten cuestiones principales como el Estatut de Catalunya o se explora un camino para una salida válida a la violencia de ETA, conviene no perder la referencia del marco de estabilidad con que la sociedad y el país avanzan.

Máxime cuando los gestores de la política, sea por la pretendida labor de zapa contra quien gobierne, sea para laminar la tarea del adversario opositor, se enfrascan en jugadas y jugarretas con el objeto de que "descarrilen" los temas capitales.

El principal valedor que permite la estabilidad del país y su progreso social y económico es la situación económica. En estos momentos de convulsión a causa de la explosión migratoria en la frontera europea del estrecho de Gibraltar, de la propuesta catalana de un nuevo marco estatutario, de la intención del propio presidente del Gobierno para redefinir la secular España como estado plural que integra todas las realidades (tengan el nombre de nación, nacionalidad o región), o del propio final de ETA, quien sostiene el funcionamiento del Estado es el señor Solbes.

Es precisamente esa política de rigor presupuestario, pese a incluir mayores dotaciones de gasto social, la que permite al presidente Zapatero abordar con ambición y viento favorable reformas de Estado o plantear cuestiones políticas de hondo calado.

La consolidación de España en el marco europeo, distante de una alianza táctica con Estados Unidos, y la excelente relación con Alemania no son hechos ajenos a esa solidez que le permite al país reforzarse con sus aliados estratégicos. España ha crecido desde su ingreso en la UE en no poca medida gracias a las ayudas recibidas de la Comunidad, en buena parte financiadas por Alemania. Es el aliado natural.

Esa estabilidad económica transmite seguridad al empresariado, el motor de la actividad de una sociedad civil. En un contexto de crisis, paro o crecimiento negativo, un presidente que retocara la organización política del Estado para mejorarla sería un temerario. Pero no es el caso. Abordar cambios cuando las cosas ya van mal no refleja otra cosa que la imprevisión de no haberlos realizado antes de que surgieran los problemas.

Si el Estado da pasos adelante para volver a estar a la altura de la sociedad civil, resuelve un contencioso tan difícil como el terrorismo de ETA, o es capaz de integrar en sus sistemas de producción el flujo migratorio subsahariano y del Este europeo que entran al asalto en las economías occidentales, no es extraño que las oposiciones traten de erosionar hasta extremos impensables la labor de cualquier gobierno. Sería su particular escenario negativo.

Claro que el crecimiento es una resultante compuesta, entre otros factores, de las crisis sectoriales o problemas muy concretos. Por ejemplo, la vivienda, las nuevas tecnologías o el impacto chino.

Sé de muchos industriales que han visto quebrar sus negocios a causa del gigante asiático, el textil por ejemplo, pero sé también de otros tantos que al ver truncada su actividad emprendedora han optado por ir a China a desarrollar su capacidad de negocio. El impacto de la globalización no sólo debe medirse por el número de empleos perdidos, sino por las oportunidades de negocio abiertas.

Lo cierto es que en materia vasca, hay un acuerdo sobre el cupo que llevaba años bloqueado por el desencuentro institucional; una organización como Batasuna, declarada ilegal, que debate en congreso y asamblea su futuro político (se ha dado de plazo hasta enero) con la vista puesta en un escenario sin ETA. No sabemos qué puede llegar a pasar, pero estos hechos transmiten la vibración de que se avanza.

En materia de organización del Estado, no parece mala cosa lograr una definición de estado nacional que supere y mejore esa "transicional" definición pactada tras la caída de la dictadura de diferenciar el país entre nacionalidades históricas y regiones sin historia.

Son embites de calado sólo abordables -sobre todo si no hay consenso entre los dos grandes partidos- sobre la base de que la economía funciona y la sociedad avanza. Cuando menos no hay tanto paro, ni tanta corrupción o despilfarro, aunque como las brujas, "haberlos haylos".

En cualquier caso, Alemania nos da otra pista: cuando el país lo pide, los dos grandes partidos son capaces de ponerse de acuerdo para gobernarlo en una gran coalición. Seguro que lo poco que les une resulta lo más importante para la sociedad, y lo mucho que les distancia, lo menos apreciado por sus ciudadanos.

Si al rigor económico pudiéramos añadirle el rigor en política, tocaríamos el cielo.