Regresar a la capital tras recorrer en vacaciones algunas ciudades del llamado "primer mundo" resulta desolador y no me refiero al síndrome posvacacional, una estupidez moderna para no llamar a las cosas por su nombre, la vuelta al trabajo. En apenas veinticuatro horas uno es flagelado de nuevo por los "valores" de la ciudad que habita: excesiva permisividad, exagerada impunidad, insalubridad por dejadez en la limpieza de calles y rincones...
Los actos incívicos proliferan en una ciudad dominada por vandalismo en los semáforos, venta callejera de alcohol a deshora (sin pagar impuestos y por el morro) con su consabida micción evacuatoria donde plazca para alivio de vejigas. Es la capital del "aquí vale" lo que en mi ciudad no toleran que haga y que deja impunes los comportamientos incívicos.
Es una ciudad insertada en el primer mundo que remeda a una capital tercermundista. Conocida en el mundo por reconocidos valores, se esfuerza en atraer un turismo que la abandona esquilmado por salteadores y trileros con o sin licencia fiscal. Pagan por venir a conocerla y vuelven a pagar cuando les roban. Estoy hablando de Barcelona.
En debate consistorial, la oposición ha atribuido tal suerte de males al gobierno municipal pero los partidos que le dan apoyo han reducido el problema a la mala fe de opositores que sólo pretenden desgastar al alcalde. Éste destacó que la lucha contra el incivismo es algo que corresponde a las instituciones (citó a la familia, la escuela y la empresa).
No parece respuesta apropiada de unos y otros a la dejación de autoridad y desresponsabilización de los ciudadanos. Si a la oposición le sobra autoritarismo, al gobierno municipal le falta autoridad y a los ciudadanos un hervor de civismo.
Libertad y seguridad van unidas. En democracia la libertad individual es sagrada pero termina allí donde empieza la libertad del colectivo. Por ejemplo, el caso de la narcosala en Valle de Hebrón. En un mes ha tratado la "desbordante" cifra de 19 enfermos que no justifica (la cifra, no los enfermos) el diario corte de la ronda de Dalt por los vecinos con perjuicio grave de sus conciudadanos.
No es de recibo que el consistorio tolere que los vecinos se empeñen en bloquear en su barrio el funcionamiento de este centro para drogodependientes. Eso también es incivismo, y son vecinos, no son turistas de baja renta, anarquistas venidos de fuera, okupas de lo ajeno o gente de baja ralea.
Es la ciudad toda la que acaba resultando incívica, por sus gentes, sus visitantes y hasta sus dirigentes cuando pierde su conciencia urbana. Porque uno, cuando camina por una acera limpia... busca una papelera para no ensuciarla; pero cuando en su barrio la apariencia es de que en un mes por la calle no ha pasado la escoba... la ciudad deviene incívica.
Todo efecto tiene una causa,cuando se instalan contenedores de reciclaje para papel o cristal en las calles, el efecto inmediato es que cientos de personas, que viven o sobreviven de la recogida y venta de estos materiales, se quedan sin medio de vida y obligados por necesidad a la mendicidad más absoluta o a cosas peores, la idea de los contenedores es una buena causa, pero el efecto no habia sido estudiado, hay muy buenas ideas en teoría que se ponen en practica sin el más minimo análisis de su repercusión social y así nos va.
ResponderEliminarBartolomé C.