martes, febrero 01, 2005

Imponer la convivencia

Para Ibarretxe, la convivencia no se puede imponer a nadie. Su enmienda a Zapatero -"si vivimos juntos, decidamos juntos", había dicho el presidente- "tenemos que poder decidir vivir juntos" provocó las risas de la Cámara, pero refleja el núcleo de la voluntad del nacionalismo vasco: si no quiero vivir en España, Madrid no me lo puede imponer. Pocas bromas.

El lehendakari presentó a cara partida y pecho descubierto la propuesta de reforma del Estatuto de Autonomía en el corazón de la España política, en Las Cortes. Sin éxito aparente, porque su proyecto fue devuelto al Parlamento vasco.

La altura política del debate, no sólo el respeto a las ideas (no hubo bronca de ningún género), es uno de los grandes activos de la discusión. Zapatero dibujó su posición: la votación cierra el debate pero no lo resuelve; el debate sólo se cierra con un acuerdo: "Deseo un acuerdo histórico y definitivo. La votación ni es derrota ni es victoria de nadie. No es el final de un plan, sino el inicio de un nuevo proyecto".

Fue un debate sobre el derecho de la ciudadanía y el de un pueblo, como si fueran derechos contrapuestos. Y aunque el vasco defendió su libre asociación con España, Zapatero y Rajoy estaban hablando de España. El problema relevante, el contencioso histórico vasco; el de fondo, el futuro de España.

Mientras Zapatero confiaba en la buena fe de Ibarretxe, Rajoy -con un talante ciertamente distante del que mostrara su antecesor Aznar en materia vasca, o Mayor Oreja o Acebes- fue implacable al afirmar que el presidente vasco ha puesto letra y el nombre a lo dictado por ETA, llegando a calificar de farsa el plan como "colosal desfachatez revestida de hipocresía" o de "perifollo para disfrazar las intenciones verdaderas".

Acusó a Ibarretxe de electoralismo, pero su posición inflexible enfrentada a la mesura dialogante de Zapatero sí da réditos electorales. Mientras el PP mantiene la máxima de que 'al enemigo, ni agua', en el PSOE conviven distintas culturas federales y algunas hasta nacionalistas.

El debate ha sentado las bases de un futuro en el que Rajoy se mostró con un talante nuevo como líder de la oposición. Acorraló a Ibarretxe como no lo hizo el presidente del Gobierno y emplazó al Gobierno, como gobierno de España, a que se preocupe de España.

Zapatero, con su apuesta de que el proyecto vuelva a Euskadi para que sea rediscutido en otras circunstancias "muy diferentes a las de hace cuatro años" (cuando nació), arriesga. Le pide a Ibarretxe que cambie el plan y que no sea "el único que no cambie". Pero en su respuesta, Ibarretxe lo dejó claro: "Este es un camino que no tiene vuelta atrás".

Si tras rechazo formal del Congreso no se avanza políticamente, el debate del futuro ya no será sobre el contencioso vasco. Es hora de políticos estadistas que sepan encarar el problema de forma constructiva. Debe superarse el estadio en el que se discute si la asociación debe ser libre o es impuesta. Como dijo Rajoy, si se trata de dialogar "no me imponga usted las condiciones de qué se dialoga, ni cómo se dialoga".

Los nacionalismos catalanes dieron su apoyo al proyecto vasco, pero erraron al insistir en sus vindicaciones nacionales y autonómicas, que si el modelo catalán, que si la balanza fiscal... En el Congreso se debatió ayer de un contencioso, el vasco, y de un futuro, el de España. No de Catalunya.

El objetivo final último, que la convivencia no sea fruto de la imposición. Esa debería ser la lección. Ese es el reto.

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